He oído esta mañana una noticia que ya no me asalta a las
neuronas, aunque sea casi de madrugada. Parece ser que la firma McDonald’s, de
comida rápida, tiene una de las brechas más ostentosas entre los salarios de
sus empleados. Así, y a grandes rasgos, un directivo gana al día el doble que
un empleado, “montando hamburguesas” sobre bollos, en un mes. Rápidamente
podemos pensar que es comprensible dada la diferencia cultural y la preparación,
y que la responsabilidad no es la misma. Es España podríamos hacer una encuesta
entre los trabajadores y posiblemente nos llevaríamos una sorpresa con ese dato
de la preparación de los mismos.
¿Pero realmente es así? Si no hubiera suficiente personal
montador de hamburguesas, ¿progresaría el negocio? ¿Por qué los empleados no
cobran horas extras? ¿Es normal que el esfuerzo de los empleados básicos
redunde solo en beneficio del explotador? ¿Quién asume más riesgo el explotador
rico o el empleado que no tiene nada?
La quimera que toda la clase empresarial ha venido utilizando para justificar la
diferencia en los grandísimos emolumentos obtenidos, siempre ha sido la misma,
el riesgo que corre el empresario. Creo que ese riesgo hay que medirlo y
caparlo, debe ser coherente y no abusivo. Al igual que se regulan los intereses
de las deudas, deben regularse los beneficios desorbitados.
Sin darnos cuenta estamos aprobando inconscientemente la
esclavitud moderna. La crisis, y el gran número de parados, permiten a estas
grandes compañías contratar, rebajar sueldos, no pagar horas extras y despedir
sin ningún problema ni atisbo de solidaridad. El 99% de los seres humanos nos
hemos convertido en una especie de “res nullius” u objeto de ocupación, como en
la antigua Roma, y nada más. Los únicos que sienten y padecen son el 1% que
impone las normas, el “establishment”.
El poder y el dinero se concentran en las mismas manos.
Marcan la pauta y multiplican sus beneficios. Abusan de la pobreza instalada y
distribuida por el mundo para ejercitar la explotación. Deciden aplicar
políticas expansivas para subvencionarse el crecimiento de sus inversiones sin
arriesgar, a costa de los impuestos, impuestos, al resto de los mortales mudos.
Según el economista jefe y expresidente de Morgan Stanley
para Asia, Stephen S. Roach, alertaba en meses atrás, de que el 10% de los más
ricos de EEUU eran los más beneficiados de las famosas inyecciones de liquidez
de la FED. Sobre estas cuestiones podemos seguir a economistas tan ilustres
como Paul Krugman, Thomas Piketty y Emanuel Sáez, y todos coinciden en que la
recuperación de los más ricos, en EEUU, ha sido rápida gracias a las ayudas, y
que su exquisito número es de un 1% de la población.
En España las cosas son muy parecidas. De todos es sabido
que los estímulos monetarios del Banco Central Europeo destinados a sanear la
banca y avalados por todos los españoles, han supuesto un interesante negocio
directo para la banca, e indirecto para los aficionados a políticos de este país.
Después de esto, la microeconomía continúa su decadencia.
Los desequilibrios y el aumento de la brecha entre ricos y
pobres en España siguen la tendencia alcista de países como EEUU. En los seis
primeros meses del año, el número de nuevos ricos (con un patrimonio mayor del
millón de dólares) se ha incrementado en 47000 miembros (Datos de Credit
Suisse), el octavo mayor registro en el mundo. En la otra cara de la moneda, y
según Cáritas, la tasa de personas en extrema pobreza se ha duplicado desde el
2007.
¿Es bueno este posicionamiento económico? ¿Cómo podemos
mejorar nuestras expectativas sociales, económicas y culturales si nadie
defiende nuestros intereses básicos?
Podríamos estar escribiendo largas letanías y filosofando
acerca del ir y venir de las grandes fortunas y de los grandes infortunios de
no haber nacido ricos.
Yo por mi parte, que nunca he pretendido hacerme rico ni
vivir bajo el yugo del dinero, intento colaborar en la medida de mis posibilidades
con los más desfavorecidos, soy totalmente solidario y sostenible en el amplio
sentido de la palabra. He decidido no invertir, comprar ni consumir productos
de empresas con rasgos y sospechas de ser explotadoras y nada solidarias. Y por
el momento se me hace insoportable escuchar las doctrinas de la clase política
cómplice necesaria.
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