Yo soy un lobo solitario, y me quiero
convertir en invisible. Y en circunstancias de forzosa incorporación a eventos
multitudinarios (más de seis seres humanos), mi invisibilidad debe ser invisible
total. Ya sé que existe un potencial futuro deterioro mental, pero daría lugar
a una ignorante felicidad superior. Esto es lo que uno tiene entre manos, y a
lo que me empuja esta sociedad artificial y superficial.
Estoy harto de dirigir operaciones y
apagar fuegos en el mundo empresarial. Me quedó bastante grabado mi aprendizaje
como oficial del ejército en mi paso por el mismo. He sido, y todavía algunos me
ven así, organizador de eventos y solucionador de incertidumbres. En resumen
una especie de líder…
Ahora, el mundo se olvida de mí, y yo
me quiero olvidar del mundo. Añadiendo que la sociedad tiene una pátina
especial en la que rebotamos los veteranos de guerra.
El caso, es que en mi condición de
invisible, y camuflado en la ceremonia a la que acudí el sábado, en una
extraordinaria capilla-construida como funeraria en el siglo XIV- de estilo mudéjar,
que a su vez forma parte de una restaurada catedral donde se mezclan el estilo
románico, el mudéjar y el barroco, me sucedió algo que me dejó algo marcado.
En el inicio de la misma, el cura ya
dejó sentado que se iba a divertir a costa de toda aquella conjunción de ateos,
y que haría un buen show para que su moral no decayese. Pero claro, un cura de
setenta años, calvo y con poca vista daría de sí lo que él ya sabía. Por lo
tanto, necesitaba una ayuda medida y calibrada-su experiencia es brutal-.
Anduvo observando a los parroquianos, hasta que su vista asociada a su
psicología y experiencia dio con el ayudante perfecto. Parroquiano veterano,
invisible, físico tipo Clint, especialmente vestido para la ocasión, y
posiblemente ex algo importante…y con carácter (ex). Efectivamente me cazó.
Así, el público espabiló y respiró
(todo el mundo estaba amenazado). Me dio
las notas que debía leer-solo era eso-, y me dispuse a ello, pero como las leía
era algo que me sorprendió a mí mismo, y ya no podía parar de leer. Necesitaba
seguir leyendo, me gustaba. Mi sonido era tan profesional, y las palabras y
frases tan perfectamente leídas y explicadas a su vez, que me estaba drogando
con mi voz. Solo fueron cuatro o cinco estrofas, pero habría necesitado un par
de tomos de la Biblia. Pero lo que más me conmovió fue ver a la gente
interesada por aquellas lecturas que salían de mi boca.
Una vez desperté de mi sueño producto
de aquella inusual droga, volví a esconderme del mundo, pero el jefe “showman”
quiso agradecer aquélla forma de colaboración como nunca había tenido. La
congregación entera me dio las gracias y parabienes porque también había
quedado extasiados con aquélla forma de leer y hablar.
Todas estas tonterías que os cuento me
dieron un subidón de adrenalina que me duró cerca de cinco minutos, y que me
pareció una auténtica “señal divina”, que fue lo que tardé en mirarme en un espejo
traidor de algún lugar de aquélla acogedora capilla. Y digo divina, aunque no
entiendo mucho de eso, porque la ubicación era divina…
Como lectura subyacente y de
aprendizaje que se puede extraer de este corto relato, es que no se te ocurra
mirarte en un espejo a ciertas edades, y que la fuerza que llevas en tu
interior debes mostrarla siempre que puedas, porque el tamaño de la misma es
mucho mayor del que te imaginas, y del que quieren hacerte creer que tiene.